DEA y la CIA los ideologos del narco
Mientras el presidente electo, Rodrigo Paz, viaja a Estados Unidos en busca de un salvataje económico, un oscuro y sangriento historial de intervención de EEUU en Bolivia resurge para advertir sobre los peligros de volver a ser un «estado vasallo». Lejos de una simple «guerra contra las drogas», documentos desclasificados y la exhaustiva investigación de historiadores como Thomas C. Field Jr. revelan una trama orquestada por la DEA y la CIA, con la participación de criminales nazis y dictadores locales: el narcotráfico como arma geopolítica para financiar la guerra contra el comunismo.
Una estrategia que no solo financió dictaduras y muertes en Bolivia, sino que desató una epidemia de crack que fue, en esencia, una de las formas más crueles de racismo y colonialismo moderno, sacrificando a su propia población, mayoritariamente comunidades negras de bajos recursos.
La Máquina de Guerra: Cómo la CIA Inundó de Crack los Barrios Negros de EEUU
A principios de los años 80, la administración Reagan tenía un objetivo prioritario: derrocar al gobierno sandinista en Nicaragua. Para financiar a la guerrilla de la «Contra» sin la aprobación del Congreso, la CIA, con la complicidad de la DEA, el Departamento de Justicia y el Consejo de Seguridad Nacional, activó una operación encubierta que cambiaría la historia del narcotráfico. Como documentó el periodista Gary Webb en su serie «Dark Alliance», la estrategia fue simple: permitir que sus aliados Contras traficaran toneladas de cocaína a Estados Unidos.

El plan fue devastadoramente exitoso. La red, liderada por figuras como Danilo Blandón y Norwin Meneses, abrió la «primera tubería entre los cárteles de Colombia y los barrios negros de Los Ángeles», según Newsweek.
Esta cocaína no era la droga en polvo de las élites, que se consumía en los áticos de Hollywood. Fue transformada en crack, una versión barata, fumable y extremadamente adictiva que se vendía en dosis de 5 a 25 dólares.
El resultado fue una catástrofe social deliberada:
- Un Racismo calculado: El crack fue «étnicamente específico» en sus inicios, concentrándose casi exclusivamente en las «áreas residenciales negras de Los Ángeles», como South Central. La congresista Maxine Waters lo describió como «un puñal en el corazón de los afroamericanos».
- Explosión de Violencia: Pandillas como los Crips y los Bloods, que antes eran grupos callejeros, se transformaron en violentos imperios criminales gracias a las ganancias del crack, expandiendo la epidemia por todo el país.
- Complicidad Institucional: El Inspector General de la CIA, Fred Hitz, testificó en 1998 que la agencia no cortó relaciones con narcotraficantes que apoyaban a los Contras. Un acuerdo secreto de 1982 entre la CIA y el Departamento de Justicia permitía ignorar los delitos de drogas de sus agentes y colaboradores para proteger «intereses de seguridad nacional».

Estados Unidos no solo sacrificó a su propia población en el altar de la Guerra Fría, sino que lo hizo apuntando a sus comunidades más vulnerables, en un acto de racismo de Estado cuyas secuelas de encarcelamiento masivo y desintegración social perduran hasta hoy.
El Laboratorio Boliviano: Nazis, Dictadores y Cocaína para la «Causa»
¿De dónde provenía la cocaína que financió esta guerra sucia? La historia apunta directamente a Bolivia, que fue convertida en el laboratorio de esta operación. La dictadura de Hugo Banzer Suárez, un régimen brutal instaurado con el apoyo de EEUU a través del Plan Cóndor, sentó las bases del primer narcoestado. A pesar de crear una Ley de Sustancias Controladas en 1973 (mismo año en que nace la DEA), su objetivo no era eliminar el narcotráfico, sino controlarlo. La trama se vuelve aún más oscura bajo la narcodictadura de Luis García Meza (1980-1981).
Según revela Ayda Levy, viuda del «rey de la cocaína» Roberto Suárez, en su libro, el negocio fue articulado y supervisado por criminales nazis al servicio de la CIA, como el infame Klaus Barbie, «el carnicero de Lyon».
El esquema era el siguiente:
Nazis al Servicio de la CIA: Criminales de guerra como Klaus Barbie y Otto Skorzeny, refugiados en Sudamérica, organizaron la logística del narcotráfico.
Financiamiento de Golpes y Guerrillas: Roberto Suárez financió el golpe de García Meza, y la cocaína boliviana se vendió en EEUU para comprar armas para la Contra nicaragüense y para operaciones encubiertas en el marco del escándalo Irán-Contras. Toda esta operación clandestina fue orquestada desde el Consejo de Seguridad Nacional por el Teniente Coronel Oliver North, la cabecilla estadounidense de la trama.
Alianzas Fascistas: Esta red de poder no se limitaba a Bolivia. La operación contó con el apoyo de la brutal dictadura militar argentina, que entrenó a los Contras en técnicas de tortura, y de la ultraderecha salvadoreña ligada a los escuadrones de la muerte, liderada por figuras como Roberto D’Aubuisson y su partido ARENA, consolidando una alianza de terrorismo de Estado en todo el continente.
La Huella de Sangre en Bolivia: Huanchaca y la Ley 1008
Proteger esta operación implicó sembrar el terror en Bolivia. El caso más emblemático fue la masacre de Huanchaca en 1986, donde el científico Noel Kempff Mercado fue asesinado al descubrir una megafábrica de cocaína.
El diputado que lideró la investigación, Edmundo Salazar, fue acribillado a balazos dos meses después, silenciando la verdad. Figuras como Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Sánchez Berzaín emergieron políticamente al negociar para encubrir a los implicados estadounidenses. La represión continuó con la imposición de la Ley 1008 en 1988, un texto redactado en inglés y enviado por EEUU al Congreso boliviano para erradicar la hoja de coca.
Su aplicación desató la masacre de Villa Tunari, donde agentes de la UMOPAR, financiados por la DEA, abrieron fuego contra miles de campesinos, dejando un saldo de al menos diez muertos.
Un Nuevo Acercamiento, un Viejo Peligro
Hoy, mientras el gobierno de Rodrigo Paz restablece relaciones con EEUU y busca el apoyo del FMI, la historia resuena como una advertencia. La «ayuda» y la «cooperación» en la lucha antidrogas han sido históricamente el velo que ha cubierto la intervención, la represión y la explotación. Irónicamente, mientras analistas y políticos en EEUU señalan a Bolivia como un supuesto «narcoestado», el Informe Mundial sobre las Drogas 2025 de la UNODC desmiente esta narrativa, confirmando que Colombia y Perú —países con fuerte presencia de la DEA— son los mayores productores de cocaína.
El informe, además, omite convenientemente las cifras de consumo de EEUU, el mayor mercado del mundo. El desafío para el nuevo gobierno boliviano será monumental: navegar la necesidad de financiamiento sin repetir la trágica historia de sumisión, recordando que la «guerra contra las drogas» ha sido, a menudo, una guerra contra los pueblos, tanto en las calles de Los Ángeles como en los valles del Chapare.

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