“PETRO VS. NETANYAHU: ¿HUMANIDAD O BARBARIE EN LA ONU?”

“PETRO VS. NETANYAHU: ¿HUMANIDAD O BARBARIE EN LA ONU?”

La 80.ª sesión de la Asamblea General de la ONU dio comienzo el 9 de septiembre de 2025. Sin embargo, el momento más esperado de este foro, el Gran Debate General, donde los jefes de Estado de todos los países miembros se dirigen al mundo, no se inauguró hasta el 23 del mismo mes. Este espacio constituye el acto ilocucionario por excelencia de la Asamblea, un escenario performativo donde, a través de los discursos, se revela y configura la anatomía de las fuerzas, los sujetos y los intereses de la escena internacionales. Lo performativo, en este contexto, se entiende como aquello que se anuncia y se materializa en los hechos. Es performativo algo que se dice que se va a realizar (o se realizó) y efectivamente se cumple.

A partir de estos discursos es posible realizar un diagnóstico de la realidad internacional. La costumbre consiste en contrastar las visiones de las grandes potencias. Así, el discurso de Donald Trump solo alcanza su plena significación cuando se contrapone al de Li Qiang, primer ministro de la República Popular China. Este es el nivel de la llamada “liga mayor”; para quienes estén interesados en este nivel de análisis, recomiendo el exhaustivo estudio discursivo realizado por Ben Norton en su canal de YouTube, Geopolytical Economy Report, disponible en el siguiente enlace: https://n9.cl/0t7nc

Existe, sin embargo, otra forma de diagnóstico: aquella que se realiza desde lo que Fanon denominó “la zona del no-ser”. Es decir, desde la periferia, el espacio habitado por los condenados de la tierra desde el cual se juzga, para ahora tomar la concepción de critica de Franz Hinkelammert pero acomodándola a la terminología fanoniana, “la zona del ser”, esto es, el lugar donde habitan los afortunados de la tierra. Analizar el mundo desde esta perspectiva revela contradicciones que suelen quedar ocultas en la disputa entre grandes potencias, y devela las tensiones reales que estructuran nuestra realidad con una claridad difícil de encontrar en el plano de las grandes potencias. Por este motivo, propongo una comparación entre los discursos de Gustavo Petro y Benjamin Netanyahu, los cuales, vistos desde el Sur Global, representan no solo proyectos de vida diferentes, sino radicalmente opuestos.

Para este análisis discursivo, emplearemos tres categorías interdependientes que buscan ofrecer una comprensión multidimensional del conflicto: la hegemonía, el imperialismo y la ruptura metabólica. La integración de estas dimensiones se justifica por sus limitaciones individuales: una crítica puramente ecológica resulta insuficiente si no explica quién detenta el poder y quién se beneficia del orden vigente. De igual modo, un análisis centrado únicamente en la rivalidad interestatal es limitado si no considera la crisis de la base material que sustenta la vida. Y, en cualquiera de estos dos planos, no puede obviarse el papel de la legitimación cultural, la construcción de consenso y la dirección intelectual y moral; procesos que implican la producción y asimilación de mitos y utopías para sostener los proyectos en pugna.

Hegemonía

El concepto de hegemonía, (egemonia en Gramsci) es decir, el proceso por el cual un proyecto de poder se naturaliza como el orden legítimo y deseable resulta fundamental para descifrar las visiones antagónicas sobre el orden global que representan Gustavo Petro y Benjamin Netanyahu. Sus posturas no son meras diferencias de política exterior o pareceres distintos sobre cómo llevar adelante la gobernanza global, sino la expresión de dos proyectos hegemónicos en conflicto: uno que busca desarticular la estructura de poder existente y otro que se empeña en consolidarla.

Esta batalla se manifiesta, en primer lugar, en sus posiciones radicalmente opuestas sobre el Orden Mundial. Petro aboga explícitamente por una superación del marco westfaliano, proponiendo una nueva subjetividad política. En su discurso, declara:

“La humanidad es el nuevo sujeto político que aparece, no el estado nación. Una humanidad que reconoce las diferencias, que reconoce que la diferencia lo que nos impulsa es la posibilidad de una coordinación eficaz de la acción a escala mundial. Humanidad que dialoga. Humanidad profundamente democrática, sin imposición, sin jerarquías.”

Postula así una utopía posnacional que contrasta brutalmente con la visión de Netanyahu, quien enmarca la legitimidad del orden internacional en la soberanía estatal irrestricta y las alianzas militares hegemónicas, en particular con Estados Unidos. Es decir, el orden mundial se mueve al ritmo del más fuerte. Al evocar una acción conjunta, afirma:

“El presidente Trump y yo prometimos impedir que Irán desarrollara armas nucleares, y cumplimos esa promesa. Actuamos juntos y lo impedimos. Israel siempre hará lo que deba hacer para defenderse, y Estados Unidos también debe hacerlo.”

En este marco, la concepción de humanidad que cada uno propone es igualmente divergente y reveladora. Petro universaliza y empodera a la humanidad como un agente de cambio, diciendo:

“La humanidad debe ser el nuevo sujeto político. Humanidad que reconoce las diferencias. Humanidad que dialoga, que discute democráticamente. Humanidad profundamente democrática. Esa humanidad unida puede mirar las estrellas y poblarlas sin destruirse entre sí.”

Frente a esta visión esperanzadora, Netanyahu construye una noción de humanidad como una comunidad sitiada, definida por una amenaza existencial, evocando el principio securitario hobbesiano. Para él, la solidaridad se forja en la defensa civilizatoria. Es la solidaridad de los que defienden su condominio poniendo guardias y vallas:

“Quieren arrastrar al mundo moderno de vuelta al pasado, a una era oscura de violencia, fanatismo y terror. Nuestros enemigos nos odian a todos con igual saña. Buscan conquistar todo Oriente Medio, esclavizarlo, y luego avanzar para conquistar el mundo entero.”

De estas bases surgen concepciones de libertad irreconciliables. Para Petro, la libertad es un proyecto colectivo de emancipación planetaria:

“Una humanidad unida y libre puede mirar las estrellas, puede poblarlas. Puede construir una civilización basada en la vida y no en la muerte, en la democracia y no en la barbarie.”

Para Netanyahu, la libertad es el resultado histórico de la seguridad nacional y la autodeterminación soberana, un logro que debe defenderse por la fuerza y de modo nacionalista:

“Durante 2000 años, soñamos con ser libres. Soñamos con ser un pueblo libre en nuestra propia tierra, soñamos con tener un ejército que nos defendiera, y ahora ese sueño es nuestra realidad.”

Finalmente, la colisión hegemónica se completa en sus definiciones de justicia y desarrollo. Petro vincula la justicia a una reparación socio-ecológica global, argumentando:

“Se necesita condonar deuda en los países más pobres y cambiar pagos de deuda externa por inversión en la adaptación y mitigación de la crisis climática. … Es la justicia climática, es la justicia de los pueblos del sur los que más han sufrido las consecuencias de un sistema económico basado en el consumo desmedido de carbón, petróleo y gas.”

Su modelo de “desarrollo” es, por tanto, la transición energética radical:

“La solución es dejar de consumir carbón, petróleo y gas. Pasar rápido al agua, al sol, al hidrógeno verde, al viento. La solución está en financiar esa transición, no con préstamos usureros, sino con inversión directa.”

Netanyahu, en cambio, define la justicia como la legitimidad de la acción militar sin rendir cuentas, desafiando las acusaciones de genocidio, revelando su pulsión fascista:

“La acusación de genocidio no solo es falsa, sino también indignante. Israel está aplicando más medidas para minimizar las bajas civiles que cualquier otro ejército en la historia. … ¿Qué país no se defendería de semejante barbarie? Esto es justicia.”

Su oferta de desarrollo se enmarca en un paquete de seguridad y tecnología que refuerza la hegemonía vigente. El desarrollo no es el resultado de una relación práctica, o sea poetica, o sea económica, sino de confiarlo de manera fetichista a la tecnología:

“Cooperar con Israel les proporcionará tecnologías israelíes innovadoras, incluyendo en medicina, ciencia, agricultura, agua, defensa e inteligencia artificial. Este es el desarrollo que ofrecemos: seguridad y prosperidad a través de la innovación.”

En síntesis, a través de sus discursos, Petro y Netanyahu encarnan una lucha fundamental por la hegemonía global de nuestro tiempo. El primero propone un contra-proyecto posnacional y ecocéntrico que busca subvertir el orden establecido. El segundo reafirma y fortalece el orden estatal y securitario existente, bajo la égida de la hegemonía estadounidense.

Imperialismo

Lenin le llamaba Империализм (Imperializm). Ahora bien, Gustavo Petro y Benjamin Netanyahu, no solo definen este concepto de maneras diametralmente opuestas, sino que cada uno se posiciona en un polo diferente de su estructura de poder: uno como víctima y denunciante, y el otro como bastión civilizatorio contra lo que define como una nueva forma de imperialismo.

Para el presidente Petro, el imperialismo es una realidad económica y política concreta y genocida, cuyo mecanismo más cruel es el bloqueo financiero. Su denuncia no se centra en un ejército de ocupación tradicional, sino en la violencia estructural del sistema capitalista global:

“El bloqueo económico no es más que un genocidio. El sistema financiero internacional mata, porque se basa en el sacrificio de los pueblos pobres para sostener la riqueza de unos pocos.”

Para él, el imperialismo es un orden hegemónico que sacrifica vidas en el altar del capital, donde la víctima es el Sur Global empobrecido. Petro se erige así en profeta de los pueblos sometidos por esta lógica.

En el extremo opuesto, Netanyahu no solo rechaza cualquier acusación de imperialismo israelí, sino que invierte los términos de la acusación. Según su marco discursivo, el verdadero imperialismo es ejercido por una “axis of terror” que busca la dominación regional y global. Al declarar:

“Irán, Hamás, Hezbolá, los hutíes: forman un eje terrorista. Son los imperialistas de nuestro tiempo, que buscan la dominación y la destrucción. Israel lucha no solo por sí mismo, sino por todo el mundo civilizado.”

Netanyahu realiza un movimiento ontológico crucial: se presenta como el defensor de una civilización asediada por un nuevo imperio del mal. De este modo, Israel deja de ser un actor con agencia expansionista para convertirse en la víctima y, a la vez, en el escudo protector de Occidente. Esta inversión fetichista y fascista es fundamental para legitimar su proyecto de seguridad nacional bajo una lógica defensiva y civilizatoria.

Por lo mismo, esta divergencia en la concepción del imperialismo determina sus visiones radicalmente antagónicas sobre la guerra y el uso legítimo de la fuerza.

Para Petro, la respuesta a una agresión que él califica de genocida debe ser colectiva y multilateral, una intervención de la comunidad internacional para proteger a las víctimas. Su propuesta es una suerte de intervencionismo humanitario dirigido a detener a un Estado que se cree ser la razón universal, no a un grupo no estatal:

“El genocidio debe parar. Con una Uniting for Peace para Palestina, conformando una fuerza armada para defender la vida del pueblo palestino. … No podemos ser neutrales ante la barbarie. El mundo debe actuar ya.”

La guerra, en este marco, solo es legítima cuando es un instrumento de la humanidad organizada para defender la vida, no de los estados para defender su soberanía que, en la situación particular de Israel es solo una propaganda para maquillar su expansionismo.

Para Netanyahu, la guerra es un acto de autodefensa nacional soberana, legítima, necesaria y moral… especialmente si se realiza contra el Islam y los árabes palestinos. No requiere mandato internacional, sino la determinación de sobrevivir. Su justificación es categórica. Es la virilidad del super hombre contra los chandalas de nuestro tiempo:

“Esto es precisamente lo que Israel está haciendo en Gaza. Estamos erradicando el régimen terrorista de Hamás. Luchamos con valentía, moralidad y determinación. No nos detendremos hasta lograr la victoria.”

En su relato, la guerra no es una opción, sino una imposición de los nuevos imperialistas del terror. La acción militar israelí se enmarca así en un paradigma de guerra justa donde la propia nación es el árbitro único de su moralidad y necesidad. El concepto de victoria, absoluto y unilateral, reafirma la lógica de la fuerza estatal por encima de la diplomacia o el consenso global.

Al fin, el análisis de sus posturas sobre el imperialismo y la guerra expone una lucha discursiva fundamental. Mientras Petro intenta movilizar a la comunidad internacional para desmantelar lo que ve como una hegemonía genocida, Netanyahu busca consolidar una hegemonía regional y moral que justifique la acción militar unilateral. Ambos utilizan la palabra “imperialismo”, pero la cargan de significados opuestos para defender proyectos de mundo irreconciliables. Es, como diría Franz Hinkelammert, un “juego de locuras” en el cual la locura de lo débil y la sabiduría de Dios, desde el cual parte Petro se enfrenta a la sabiduría del mundo de Netanyahu. 

Ruptura metabólica

La categoría de ruptura metabólica (o como decía Marx: “gesellschaftlicher Stoffwechsel mit der Natur”), es la desconexión entre el metabolismo social (la producción capitalista) y el metabolismo natural (los ciclos ecológicos). Bajo el capitalismo, la producción rompe el ciclo de nutrientes, energía y recursos, volviendo insostenible la reproducción de la vida, nos sirve como un divisor de aguas fundamental entre las visiones de futuro de Gustavo Petro y Benjamin Netanyahu. Mientras uno sitúa esta ruptura en el centro absoluto de la política global, el otro la omite por completo, uno la reconoce, el otro la desconoce, revelando dos proyectos de civilización antagónicos.

Por ejemplo, para el presidente Petro, la crisis climática no es un tema sectorial más, sino la amenaza definitoria de nuestra época, un colapso metabólico que requiere una movilización global sin precedentes. Su discurso está impregnado de una urgencia apocalíptica basada en el consenso científico:

“Según la ciencia, tenemos 10 años para caer en un punto de no retorno. Si seguimos por el camino actual, las temperaturas subirán más de 2 grados y la vida en el planeta cambiará de manera irreversible. Es la crisis más grande de la humanidad.”

Al enfatizar el “punto de no retorno” y el cambio “irreversible”, Petro no solo describe un problema ambiental, sino una falla estructural en la relación entre la humanidad y la naturaleza. Este diagnóstico lo convierte en el eje desde el cual se debe reordenar toda la política, la economía y la geopolítica.

En contraste absoluto, la postura de Netanyahu se define por una ausencia significativa de esa cuestión. En su marco discursivo, centrado en la seguridad nacional y la innovación tecnológica, la crisis climática y el concepto de ruptura metabólica no encuentran espacio. Este silencio es en sí mismo una declaración política: implica que tal cuestión no es una prioridad estratégica o un factor determinante para la seguridad y el desarrollo en su visión del mundo. El futuro, en su relato, no se ve amenazado por un colapso de los sistemas naturales, sino por enemigos geopolíticos concretos. En ese sentido, al abstraer su discurso de la realidad ingresa en el reino de los modelos ideales platónicos que no se sabe donde funcionan, solo se sabe que funcionan… aunque la vida sobre el planeta perezca.

Esta divergencia se profundiza al examinar sus propuestas concretas. Para Petro, la transición energética es el proyecto colectivo más grande de la humanidad, una oportunidad para reparar la ruptura metabólica subordinando el capital a la lógica de la vida. Su propuesta es cuantificada y exige un cambio radical en la arquitectura financiera global:

“Se necesitan 600,000 millones de dólares para financiar la transición energética en los países más pobres. Esa cifra no puede provenir de la deuda, sino de la condonación y de la inversión pública directa. Las Naciones Unidas deben coordinar ese esfuerzo, subordinando el capital a la vida.”

Aquí, la transición no es un simple cambio de fuentes de energía, sino una profunda reorganización civilizatoria. Requiere desmantelar mecanismos de dominación financiera como la deuda externa y crear nuevas instituciones globales democráticas. Es un proyecto explícitamente trans moderno en su horizonte.

Frente a esto, la visión de Netanyahu sobre el desarrollo se encapsula en un modelo de tecnologización del status quo. Su oferta se centra en exportar innovación israelí en áreas como el agua, la agricultura y la defensa, sin cuestionar las bases energéticas fósiles del sistema mundial. El desarrollo que promete es:

“Cooperar con Israel les proporcionará tecnologías israelíes pioneras, incluyendo en medicina, ciencia, agricultura, agua, defensa e inteligencia artificial. Este es el desarrollo que ofrecemos: seguridad y prosperidad a través de la innovación.”

En este marco, la tecnología no sirve para realizar una transición socioecológica, sino para optimizar y hacer más eficiente el modelo existente, reforzando al mismo tiempo la hegemonía tecnológica y de seguridad de Israel. No hay una mención a la descarbonización porque no hay un reconocimiento de la ruptura metabólica que la hace necesaria. La propuesta del israelita es, sin duda, un fetichismo de la tecnología.

Esta contraposición expone la lucha entre dos utopías. Petro propone una solución necesaria, luego factible: una transformación radical del sistema económico y energético global, guiada por la cooperación y la justicia climática. Netanyahu, al ignorar la cuestión ecológica, defiende implícitamente la continuidad del metabolismo industrial existente, donde la tecnología sirve para apuntalar la seguridad y prosperidad de las naciones dentro del orden vigente, sin cuestionar sus fundamentos ecológicamente destructivos. O sea, Netanyahu continua apostando por un modelo de relación con la naturaleza no factible. La batalla no es solo sobre energía, sino sobre la propia posibilidad de un futuro habitable para la humanidad como un todo.

Conclusiones

Hemos seguido un método, la contraposición de los discursos de Gustavo Petro y Benjamin Netanyahu en la última Asamblea General de la ONU. Al hacerlo mostramos aquello que es frente a lo que no es pero necesita ser. No se trata simplemente de dos políticas exteriores en desacuerdo, sino de dos proyectos de civilización antagónicos  que luchan por definir el futuro de la humanidad.

Por un lado, Netanyahu, desde lo que es, el orden vigente, el pragmatismo, encarna y defiende con vigor la continuidad del orden hegemónico actual. Su mundo es uno de estados-nación soberanos que ejercen un poder absoluto, donde la seguridad se define por la capacidad militar y la disuasión, y donde el desarrollo es un fetichismo tecnocrático que ignora olímpicamente la crisis metabólica global. Su silencio sobre la catástrofe ecológica no es una omisión casual, sino la piedra angular de un proyecto que, al no cuestionar las bases materiales del capitalismo, se revela como una fuerza profundamente fascista y, en última instancia, suicida.

Frente a esto, Petro emerge como la voz de un contra-proyecto que busca subvertir radicalmente ese orden. Él habla desde lo que no es pero necesita ser. Su apuesta es desestabilizadora: propone desplazar al estado-nación como sujeto político central en favor de una humanidad organizada, subordinar el capital a la lógica de la vida y declarar la crisis climática como la prioridad geopolítica absoluta. Su discurso es, en esencia, un intento de forjar una hegemonía alternativa desde la periferia, una que priorice la reparación metabólica y la justicia global sobre la acumulación de poder y la seguridad nacional.

La ONU sigue siendo el escenario ineludible donde, a pesar de su imposibilidad para evitar guerras y lejos de ser un foro de consenso, es el campo de batalla donde estas dos utopías chocan. La de Netanyahu es una utopía regresiva que, bajo la promesa de seguridad y prosperidad tecnológica, nos conduce ciegamente hacia el colapso ecológico y la perpetuación de la violencia imperial. La de Petro, aunque tildada de ingenua por los guardianes del status quo, es la única que reconoce la naturaleza de la crisis civilizatoria y plantea una salida viable, aunque monumentalmente difícil. El conflicto no es, por tanto, entre el Sur y el Norte global, o entre Globalistas vs Nacionalistas, es decir, no es que tales antagonismos no existan. Es que son derivados a partir de otro más radical: entre quienes insisten en habitar un mundo que se agota y quienes se atreven a imaginar, y nombrar, uno nuevo. Es la contradicción vida-muerte. La verdadera “liga mayor” del debate global ya no se juega necesariamente entre Washington y Beijing, sino en esta lucha epistemológica y existencial por la definición misma de vida en un planeta herido.

Referencias

Associated Press. (2025, 26 septiembre). LIVE: Netanyahu speech at UN General Assembly 2025 [Vídeo]. YouTube. https://n9.cl/abf2t

Geopolitical Economy Report. (2025, 27 septiembre). USA vs China: Which represents humanity’s future? Compare their UN speeches [Vídeo]. YouTube. https://n9.cl/0t7nc

Hinkelammert, F. J. (2010). «Yo vivo, si tú vives»: El sujeto de los derechos humanos (1.ª ed.). Palabra Comprometida Ediciones; ISEAT.

Josè Leyva. (2022, 4 mayo). Analisis conceptual del racismo – Ramon Grosfoguel [Vídeo]. YouTube. https://n9.cl/3i349

Saito, K. (2021). O ecossocialismo de Karl Marx: Capitalismo, natureza e a crítica inacabada à economia política (P. Davoglio, Trad.; S. Fernandes, Pref.). Boitempo.


[1] Por Felipe Limarino, Cientista Político e Internacionalista.