El texto aborda la distinción entre biocomunicación y necrocomunicación, enfatizando la manipulación mediática de poderosos para controlar percepciones y emociones. A través de ejemplos históricos y cinematográficos, se critica cómo estas comunicaciones alienan al pueblo. Propone que la biocomunicación debe enfocarse en las necesidades del oprimido para generar un cambio verdadero.