El Partido Demócrata Cristiano nunca tuvo una propuesta sistemática sobre Política Exterior en su programa de gobierno (https://n9.cl/kks5k) de 24 páginas en el cual, a diferencia de la mayoría de programas presentados, no existe una sola sección dedicada a política exterior. La denominada Agenda 50/50 de Rodrigo Paz se concentró casi exclusivamente en las soluciones de la crisis doméstica, tratando las relaciones internacionales como un apéndice de políticas sectoriales. Algo común, por cierto, en la cultura política boliviana.
Las únicas menciones a la cooperación internacional aparecen de forma tangencial en seguridad ciudadana para «intercambio de información» y en hidrocarburos para «cooperación técnica». Además, el programa carece de toda mención a directrices sobre integración regional, relaciones bilaterales estratégicas o posicionamiento en foros multilaterales. Por tanto, carece de un marco conceptual coherente y explícito que defina qué es Bolivia en el mundo bajo su gobierno; cuáles son sus intereses nacionales irrenunciables más allá del pragmatismo económico inmediato y cuál es el o los principios rectores para tomar decisiones difíciles en un escenario internacional complejo. No contiene doctrina internacionalista alguna.
Con todo, ese impasse puede ser superado fácilmente una vez asuma el poder.
La operación sería simple: bastaría con convocar a los diplomáticos de la vieja escuela, hombres y mujeres de confianza de su padre y, crucialmente, de su abuelo, Víctor Paz Estenssoro, desplazados durante las casi dos décadas del MAS, para que retornen a la Cancillería y se la redacten por él. Lo más probable es que ya lo haya hecho. Aunque alejados del aparato estatal, este cuerpo diplomático no solo posee experiencia, sino que ya ha plasmado su agenda en el libro Lineamientos para la Política Exterior de Bolivia (https://n9.cl/7swh5) en el cual reciclan una visión predominantemente diplomática y anclada en ideas remozadas del siglo pasado, cuando la globalización era triunfante. Tal agenda es, en esencia, el mismo discurso que habría encarnado Jorge Quiroga de haber ganado el balotaje: una doctrina de interregno, donde lo viejo se resiste a morir porque lo nuevo no sabe, o no puede, nacer.
Fuera de esa fortuna, el PDC tiene un silencio programático que pasa desapercibido gracias a las declaraciones públicas de Paz, notablemente específicas y reveladoras.
Rodrigo Paz realizó hace pocas semanas atrás una visita estratégica a Washington. Este acercamiento, ampliamente reportado por agencias internacionales, marca un contraste deliberado con las dos décadas de distanciamiento del gobierno del MAS y posiciona a Estados Unidos como un socio fundamental de su nuevo gobierno. Paz también se comprometió a auditar y hacer públicos todos los acuerdos suscritos por la administración saliente, con especial atención a los contratos de litio con China y Rusia. Paralelamente, extendió una mano a Chile invitándolo a dar vuelta a la hoja (https://n9.cl/2e6wz) y afirmando que busca «una colaboración más estrecha que beneficie a ambos pueblos». Polémica resultó su declaración sobre el diferendo marítimo: «Evo Morales ya perdió cualquier proceso en La Haya de reivindicar el mar. Eso es irreversible […] Lo del mar está en nuestro espíritu, pero el espíritu también tiene que dar de comer». Tiene una inclinación multilateralista: “Yo voy a reabrir las relaciones con Chile, voy a reabrir las relaciones con los Estados Unidos, voy a reabrir relaciones con todo aquel que sea un buen socio, para que Bolivia se reactive y la gente tenga empleo, trabajo y una vida digna en la patria.” Retoma la añeja metáfora de la centralidad geográfica boliviana (https://n9.cl/od8u3) cuando le preguntaron sobre el MERCOSUR, respondiendo: “Cuanto más vinculada esté Bolivia, mejor. Somos un país con cinco fronteras, y tenemos que aprovecharlas y desarrollarlas”, luego complementó: “Bolivia debería ser una zona franca, atraer compradores, generar movimiento comercial y proteger su producción”. Al fin, “Podemos tener relación con China, como lo hizo Milei, pero no podemos olvidar que en América hay dos pesos pesados: Brasil y Estados Unidos”
Vencedor ya del balotaje, las declaraciones y comunicados de apoyo no se hicieron esperar. Desde el Departamento de Estado de Estados Unidos, pasando por un intercambio telefónico con la polémica Nóbel de la Paz de los cementerios, Maria Corina Machado.
Por último, Rodrigo Paz es también incoherente. Recientemente en una entrevista sostuvo que Bolivia solo tendrá relación con países que «tengan la democracia como principio» (https://n9.cl/5eexx) ¿A qué se refería? ¿Se refiere a elecciones libres y justas? ¿A instituciones independientes (justicia, prensa)? ¿A los derechos humanos? Esa ambigüedad abre un vacío: el criterio queda bastante subjetivo y desplegable según quien lo aplique. Pero, ¿no contradice eso su intención de llevarse bien con todos? Es más, al decir que no mantendrá relaciones con países que “no tienen democracia”, se plantea un juicio de valor sobre el régimen interno de esos estados. Esto puede entrar en tensión con el principio clásico de la soberanía estatal (cada Estado decide su sistema interno sin que otro condicionado lo excluya). También se presenta una contradicción en el tiempo: condiciona relaciones exteriores a democracia, pero a la vez subraya la urgencia de cooperación económica e internacional (“poner a Bolivia en el mundo”). ¿Se prioriza democracia o pragmatismo? Esas son las incoherencias de quien dice no tener ideología, estar en el centro pero, en los hechos y declaraciones, termina por ser muy ideológico.
Entonces, cuando Rodrigo Paz dice que solo se relacionará con países que “tengan la democracia como principio”, está usando la democracia como criterio declarativo o identitario. Estados Unidos, a nivel discursivo, encarna ese principio: se autodefine como el líder del mundo libre y promotor de la democracia liberal. Sin embargo, desde una mirada sustantiva, es decir, observando las prácticas reales de poder, desigualdad, violencia estructural o manipulación electoral, su democracia presenta déficits profundos. A saber, supresión de votantes y manipulación electoral (gerrymandering, restricciones raciales al voto mediante voter suppression). Captura corporativa del sistema político: el lobbying y la financiación privada de campañas convierten a la democracia estadounidense en una plutocracia funcional. Estructura de poder mediático y judicial fuertemente ideologizada, con una élite que controla el discurso público. Política exterior que viola principios democráticos en terceros países (apoyos a golpes de Estado, sanciones, intervenciones selectivas).
Entonces, si Paz alinea la política exterior boliviana con EE. UU. bajo el criterio de “país democrático”, está validando una forma vaciada de democracia, donde lo importante no es la práctica interna de la deliberación o la justicia social, sino la afiliación al bloque liberal-occidental. Esa es la razón por la cual no invitará ni a Venezuela ni a Cuba ni a Nicaragua a su asunción presidencial.
Pues bien, sobre el vacío programático y entre sus declaraciones, emergen tres ejes:
- Pragmatismo económico por encima de la ideología: promete una política exterior funcional a la reactivación económica, la atracción de inversiones y el acceso a financiamiento internacional.
- Reorientación de Alianzas Estratégicas:
Acercamiento a EE.UU.: Busca restablecer relaciones de confianza y atraer inversión norteamericana.
Recomposición con Chile: Pasar la página del conflicto marítimo para privilegiar la integración económica.
Revisión de vínculos con China y Rusia: No propone rupturas, pero sí una reevaluación de esas relaciones.
- Bolivia como centralidad geográfica: Mayor integración comercial, especialmente con Brasil y los cinco países fronterizos de Bolivia; aceptación del MERCOSUR.
Son coordenadas propias de un modo de hacer política exterior que parecen nuevas pero que en realidad son antiguas. Tienen al menos 100 años. Y por ello volvemos a lo que la geógrafa francesa Laetitia Perrier Bruslé decía sobre la narrativa internacionalista de Bolivia como un País de Contactos.
“Los proyectos de integración son de dos tipos: los enfocados en lo económico, que buscan crear un mercado común a escala continental y los orientados hacia lo político, que tratan de fomentar el poder político del bloque continental. Cuando la lógica económica se impone, se da prioridad a la extraversión de los territorios y a la apertura de las fronteras. En cambio, cuando las integraciones tienen una ambición más política, los espacios con fuerte identidad sudamericana, son privilegiados.” (https://n9.cl/42cu4)
Hemos vuelto al momento de la lógica económica. De ahí que mientras Rodrigo Paz parece tener claro el qué pero no el cómo la caballería diplomática de la vieja guardia, imbuida de esa narrativa, acude al rescate.
La sintonía entre sus intenciones y los postulados de esa escuela es absoluta, confirmando que su política exterior no es innovadora, sino la restauración maquillada de un proyecto señorial y resiliente. Es el regreso de la narrativa de Bolivia como País de Contactos, lo que yo denomino el «pragmatismo-tecnocrático-funcionalista», una corriente internacionalista que reaparece cíclicamente en Bolivia, siempre bajo gobiernos de corte liberal, revestida de una supuesta neutralidad técnica que, sin embargo, tras su máscara de pragmatismo, oculta relaciones de poder estructurales, ignora asimetrías globales y reproduce una lógica colonial que condena a países periféricos como Bolivia a ser meros proveedores de recursos, nunca sujetos estratégicos. Este enfoque no piensa en soberanía tecnológica, transformación productiva o justicia territorial; piensa en flujos de mercado, no en fines de desarrollo soberano. Lejos de resolver los problemas estructurales del país, los profundiza, atándonos a un rol subalterno en las cadenas globales, consolidando un modelo primarizado y debilitando cualquier posibilidad real de autodeterminación económica y geopolítica.
Esa es la política exterior que nos espera.
Felipe Limarino
Cientista Político e Internacionalista
